la pavorosa vigilia la consumió.
El constante temor por la muerte de su amado, quebró su salud.
La realidad le asestó el golpe de gracia:
murió de tristeza y amor.
Imagen: Cármen Puch de Güemes
Carmencita Puch tocó el cielo con las manos el día en que Martín Miguel de Güemes le propuso casamiento. Casi podría decirse que había nacido amándolo. Y si el caudillo llegaba a su vida era por una circunstancia fortuita.
Güemes, hombre de muchas mujeres, se había enfrentado al padre de su prometida -Juana María Saravia- cuando éste le exigió que cortara las relaciones amorosas, paralelas al noviazgo que mantenía con una jujeña.
Imagen: Martín Miguel de Güemes
Deshecha la boda, Macacha Güemes, que conocía el enamoramiento de la Puch hacia su Martín Miguel, le insistió a su hermano para que se fijara en ella. En una semana arregló el matrimonio; cuando en 1815 se casaron, él tenía treinta años y ella dieciocho. Este extraño gaucho aristocrático se llevaba la perla salteña. De una belleza casi perfecta, los cabellos rubios le enmarcaban un rostro de ángel donde relampagueaban los ojos de un azul profundo. No sólo era la más hermosa de la sociedad de Salta, sino que destacaba por la dulzura de su carácter.
Pero, si con Martín Miguel de Güemes tocó el cielo, al mismo tiempo conoció el infierno.
Debió aceptar su destino como esposa de un guerrero, pero se mantuvo sometida a una constante vigilia, a un presentimiento permanente que la atormentaba con la bala traidora que los separaría. Carmen Puch vivió oteando el horizonte desde el mirador de su casa; desmayó en su salud una y mil veces por el pavor de no volver a verlo. Hasta que su fantasma se hizo realidad.
Cierta noche Juana Manuela Gorriti, que era una niña, emergió del sopor del sueño, asombrada de que su progenitor hubiese abandonado el frente de batalla. Gorriti no podía creerlo, habían perdido a Güemes, uno de sus mejores hombres. Nadie tuvo coraje para confesarle a su esposa la verdad. Al día siguiente, ésta se preguntaba por qué Martín Miguel demoraba tanto en enviarle noticias.
- Anoche oí llegar un caballo y pensé que era él- decía Carmen.
- Era mi padre- La indiscreción se escapó de los labios de Juana Manuela, (quien lo cuenta en sus páginas literarias) sumergiendo a la esposa del salteño en una depresión inmediata.
Al hacerse la luz en su mente sobre el sentido de la llegada de Gorriti se oscureció para siempre su corazón. Crespones y lutos fueron sus únicos indicios de su existencia, ni siquiera el amor de sus tres pequeños hijos pudo despegarla de la desesperación.
Nueve meses después que su marido, a los 25 años, murió de amor; feliz en su desdicha, convencida de ir al encuentro de su Martín Miguel.
Imagen: Macacha Güemes en su vejez
Versión para Internet del artículo publicado en enero de 1994
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