Felicitas Guerrero

La capilla de Santa Felicitas, que se levanta al este de la Plaza Colombia, en Barracas, recuerda un crimen pasional.

En su obligado silencio, ya que en la actualidad su espléndida estructura se encuentra cerrada, testimonia que nada fue claro aquel 29 de enero de 1872, cuando Felicitas Guerrero y Enrique Ocampo cayeron, confundiendo victima y victimario en la locura amorosa.

Felicitas, a quien por su belleza se la llamó “la joya de los salones porteños”, se casó siendo casi una niña con el anciano Martín de Alzaga, dueño de una de las más grandes fortunas de la que se tenía noticias y que alcanzaba los 60.000.000 de pesos. Hubo resistencia por parte de ella que a los 14 años veía así morir sus ilusiones. Al año de casada, tuvo el consuelo de dar a luz a su hijo y, con el tiempo la ternura del esposo y la inmensa comodidad que le proporcionaban las estancias “Bella Vista”, “Montes Grandes”,”La Pelada”, “La Postrera”, “Juancho Chico”, “Juancho Grande” y otros negocios, terminaron por compensar sus sueños perdidos.

El destino le depararía grandes dolores. Su hijo Félix, murió a los 6 años, poco después en 1870, su esposo que no resistió la pérdida del vástago, la dejó viuda. Felicitas se recluyó un tiempo en “La Postrera”, su estancia favorita, que tanto tendría que ver con su tragedia.

Al mes del fallecimiento de Alzaga, se celebró una misa en la Catedral; la muchedumbre que asistió no pudo comentar otra cosa que la elegancia extraordinaria de esa muchacha que ingresó al templo al son de una marcha solemne, vestida de riguroso luto entre encajes y velos, deslumbrando y seduciendo.

Unía a sus 22 años una gran capacidad y meticulosidad para manejar sus finanzas; Martín de Alzaga la había convertido en su única heredera. Los aspirantes a su mano se multiplicaban; ella vivía ya en la quita que su esposo construyera sobre la Calle Larga (Montes de Oca esquina Pinzón). Apareció entonces un joven que la conmovió. De aristocrática familia, sólida posición económica, apasionado, se enamoró de ella perdidamente y, Felicitas le prometió su corazón. Es probable que en la juventud de Enrique Ocampo (1), haya encontrado la fuerza de vida que no había conocido con su anciano esposo.

La sociedad de aquella época tenía ahora la respuesta al interrogante que rodaba por todos los salones, ¿Cuál sería el elegido por la joven millonaria? Junto a la confirmación apareció la maledicencia; una copla infería que hallaba marido a causa de su dinero.

Cierta noche de noviembre de 1871 Felicitas decidió trasladarse a “La Postrera”, en el transcurso del viaje se desató una tormenta de tal magnitud que les hizo perder el rastro a los viajeros. Fue cuando conoció a Samuel Sáenz Valiente, dueño de la estancia vecina, quien los encontró y ofreció cobijarlos. Cuando Felicitas baja del carruaje, Samuel, tira su poncho sobre el barro, para que no pise el barro. Ella, de inmediato, queda seducida, intuye que será el hombre de su vida y con idéntica inmediatez, comenzó a hablarse en Buenos Aires de boda.

Ocampo se sintió lastimado por la voluble mujer, traicionado por la que amaba con locura. Y así fue, la amaba tan locamente que decidió matarla. El asesinato fue planeado, de eso no cabe dudas, hasta aquí hay claridad; luego las tinieblas cubren el desarrollo de los acontecimientos. Que decidió su crimen se confirma porque lo anunció al propio padre de Felicitas: “antes de verla casado con otro la mataría”. Los antecedentes de Ocampo no daban pie a pensar más que en un exabrupto verbal. Pero, manteniendo una deuda por honorarios con su abogado, se apresuró a liquidarla. Al hacerlo habló de muerte.
Su abogado jugó con las ideas:
- Yo espero que Usted no se morirá por la sola satisfacción de no pagarme.-
- Sin embargo… es más probable que así sea antes que ese pleito termine. (2)

Llegó el 29 de enero de 1872; amigos y familiares aguardaban a felicitas en el cenador que se erigía en la esquina de Montes de Oca y Pinzón, en la quina de la muchacha. Ésta, que debía inaugurar en unos días un puente sobre el río Salado, estaba en el centro haciendo unas compras. Enrique Ocampo llegó y solicitó hablar con su amada. Lo atendió doña Tránsito Cueto de Demaría, la joven tía, confirmándole que no había llegado. Iba a retirarse cuando vio llegar un carruaje y descender del mismo a Sáenz Valiente; atrás venía otro en el que viajaba Felicitas. Ocampo exigió hablarle.

Mientras la viuda cambiaba de traje en su dormitorio y los familiares se cercaban al comedor inmediato a la recepción, donde aguardaba Enrique, le avisaron que quería hablar con ella. Se negó, Ocampo se enfureció, entonces, ella, temiendo una pelea entre ambos pretendientes, bajó a su encuentro, vistiendo una bta blanca de larga cola.

Lo atendió sola, rechazando la compañía de sus tíos y de su amiga Albina, quienes, sin embargo, se parapetaron detrás de las puertas, a medida que las voces subían de tono. De acuerdo a lo declarado a la policía por los testigos, Eduardo exigió a Felicitas, que definiera si aceptaba o no su mano. Ella lo echó de la casa, él sacó un arma amenazándola, Felicitas gritó y dio media vuelta para huir, entonces se escuchó el disparo. Su tío Bernabé Demaría fue el primero en llegar, ella clamaba auxilio, tambaleaba, manaba abundante sangre por la espalda desnuda. Se le enredó, entonces, la cola de la bata en un mueble; cayó, se levantó, desapareció por un pasillo donde la socorrió Samuel Sáenz Valiente.

Luego de herir a Felicitas, Enrique se habría disparado un tiro en el corazón para luego repetirlo dentro de la boca. Permaneció quince minutos vivo observado lo que ocurría a su alrededor. Más tarde su familia retiró el cuerpo en el mismo carruaje en el que había llegado.

Los allegados a la joven viuda, llamaron con urgencia a los doctores Montes de Oca, Larrosa, Blancas y González Catán, quienes certificaron que nada podía salvarle la vida. La agonía duró hasta la mañana siguiente, en los momentos de lucidez preguntaba a Albina por Enrique.

Según se cuenta, cuando sus restos ingresaban al cementerio de la Recoleta se cruzaron con los Enrique Ocampo.

Vale consignar que el expediente policial desapareció del archivo judicial, lo mismo que el fallo del juez Ángel Carranza; sin embargo, aunque a Ocampo se lo dio por suicidado, corrieron versiones sobre su verdadera suerte.

Una de ellas afirma que Cristian Demaría, primo de Felicitas, luego de que ella fuera herida, le quitó el arma a Enrique y le disparó a quemarropa sobre el corazón; éste con su estoque intentó devolver el golpe. Fue entonces cuando el joven Demaría le disparó en la boca. Otra de las versiones sostenía que fue Sáenz Valiente quien lo asesinó y, también se barajaba la posibilidad de que haya sido Bernabé Demaría quien lo ultimó.

¿Cuál es la verdad en esta historia? ¿Cómo fue la relación entre Felicitas y Enrique? El grado de compromiso debía ser muy serio, cuando Ocampo le dice al que podría haber sido su suegro, que la mataría antes de verla en brazos de otro hombre.

Si Felicitas tuvo tiempo para intentar huir luego del disparo, si la intención de Enrique era acabar con ella, porqué no la remató? Si Sáenz valiente le dirigió una mirada irónica a su novia cuando ésta iba al encuentro de Enrique, ¿Porqué no intervino de inmediato cuando las voces comenzaron a elevarse señalando la disputa?

¿Cómo pudo Ocampo dispararse dos tiros? ¿Porqué Carranza calificó la muerte de Enrique como suicidio, cuando los mismos descendientes de los Alzaga sostienen que fue uno de los Demaría quien lo mató? ¿Cuándo y porqué desapareció el expediente?

Quizás en la descripción de la blanca bata, que debía constar en ese expediente, esté la clave de un misterio que luego de tantas décadas sigue oculto.



(1) Enrique Ocampo, fue tío abuelo de las escritoras Victoria y Silvina Ocampo.
(2) En Danero, E.M. Felicitas Guerrero de Álzaga.


© Peña de Historia del Sur. Ana di Cesare, Gerónimo Rombolá, Beatriz Clavenna

Versión para Internet del artículo publicado en marzo de 1994

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