MANUEL BELGRANO

Fue un hombre galante a quien gustaban apasionadamente las mujeres.
Una historia pésimamente documentada difundió comentarios que
rozaron su imagen de varón,
fundamentados en un episodio que se registró en campaña
en el cual la proverbial discreción del prócer
se interpretó arteramente.



Cuando tenía algo más de 40 años, destacado en Tucumán, el bien parecido y seductor general, tenía la posibilidad de elegir para compañera a la mujer que quisiera y, fue una niña de quince años, la que tocó su corazón: la bella Dolores Helguero, hija de una familia patricia de esa provincia.


La geografía del norte había sido escenario de varios de los amores de Belgrano.


Hasta allí le había seguido María Josefa Ezcurra, cuando abandonada por su marido, podía vivir con él, en libertad, el viejo amor que los unía. Permancieron juntos en la Campaña del Norte, hasta que embarazada, regresó para tener a su hijo, el que por convenciones sociales, no fue un Belgrano, sino un Rosas, cuando Juan Manuel y Encarnación Ezcurra lo hicieron pasar por hijo propio


Luego había tenido por amante a la pintoresca Isabel Pichegru. Aquella francesa que escandalizaba a sus contemporáneos con sus modales y esas osadías inexplicables de los vestidos cortones y ajustadísimos; que no le había resultado una relación sin importancia, porque para cuando conoce a Dolores, aún tenía el espíritu comprometido por aquellos tormentosos amores.
No estaba en el destino de Belgrano lograr un amor en el que reposar sus muchos pesares. Y posiblemente la relación con Dolores Helguero, fue la más dolorosa, ya que el destino se encargó de darle un dramático final y, fue durante 6 años la comidilla de la sociedad tucumana.


De ese romance nació Manuela Mónica del Corazón de Jesús Belgrano, a la que el patriota le dedicó el más tierno amor y no olvidó a “su palomita”, como él la llamaba, ni en el lecho de muerte. En su testamento, redactado en mayo 1820, encomienda su crianza a su hermana Juana, e instrucción y dirección espiritual a su hermano sacerdote.


Manuel, tuvo hacia Dolores una actitud seria y comprometida. Le había dado palabra de matrimonio porque deseaba fundar con ella una familia, siendo este uno de sus más caros anhelos. Pero en ese entonces, el general estaba absorbido por las batallas de la Campaña del Norte cuyo ejército comandaba, y el matrimonio no se concretaba.


En uno de los encuentros que los amantes iban teniendo a lo largo de los años, Dolores quedó embarazada y cuando Belgrano pudo regresar por fin para casarse, halló que ya había sido desposada por un tal Rivas, por arreglo de la familia Helguero.


El desconsuelo fue inmenso, especialmente porque el marido abandonó rápidamente a su esposa. Belgrano que deseaba cumplir con la palabra empeñada, averiguó secretamente a donde se había dirigido Rivas; cuando confirmó que lo hacía hacia Bolivia, despachó chasque tras chasque para saber que destino había corrido; si había muerto para poder concretar su matrimonio. Jamás pudo confirmarlo.


Ella, desesperada abandonó la ciudad de Tucumán para radicarse en Catamarca. Él, enfermo, derrocado en Vilcapugio y Ayohuma, vapuleado por el gobierno, sintió que su vida se acababa. Manuela Mónica tenía apenas un año, antes de partir definitivamente de Tucumán a Buenos Aires, Belgrano pidió verla por última vez, y quizás ese recuerdo haya sido una luz en su agonía.


Manuela Mónica. Detalle del Oleo de Pripidiano Pueyrredon



El 20 de junio de 1820, Buenos Aires en la anarquía, conoció el día de los tres gobernadores. En medio del caos, solamente un diario se ocupó de comunicar su muerte en una pequeña nota.
Belgrano no murió del todo ese día. La hija perpetuó su sangre y su apellido, fundando la familia de los Belgrano Vega y, sintetizó lo que seguramente su padre hubiera deseado para ella. Una mujer culta que dedicó su vida a su familia y a reclamar aquellos 40.000 pesos que el gobierno debía a su padre, para que las cuatro escuelas que él había dispuesto se levantaran con ese dinero, fueran fundadas.


© Peña de Historia del Sur. Ana di Cesare, Gerónimo Rombolá, Beatriz Clavenna


Versión para Internet del artículo publicado en mayo de 1993

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