Santiago de Liniers

La vida de Liniers estuvo signada por pérdidas, dificultades y desilusiones sin fin. Él, sin arredrarse, las aceptaba y continuaba cumpliendo sus deberes.



Como tantos otros hombres que pueblan las páginas impresas de la historia, fue tan valiente como ingenuo.

Aunque provenía de noble cuna y vieja estirpe, cuando llegó a la vida, encontró a su familia empobrecida. Realizó su carrera militar en España, y a los quince años había obtenido la cruz de caballero.

Bajo bandera española peleó contra los argelinos, los ingleses y realizó trabajos de hidrografía.

El destino quiso traerlo al Río de la Plata, donde encontró el encumbramiento y la tragedia.

Tenía 53 años cuando reconquistó Buenos Aires de manos inglesas, con sobrado valor. Y fue, justamente, el coraje que no tuvo Sobremonte, el que lo convirtió en Virrey.

Su vida política no fue a la zaga de la sentimental.

A los 30 años se casó en Málaga, con Juana de Mendivel, que lo dejó viudo, un tiempo después de darle a su primogénito: Luis.

En 1791, en Buenos Aires, a los 38 años, contrajo matrimonio con María Martina Sarratea, de 19. Ella que provenía de una distinguida familia, debió amarlo mucho, para aceptar a ese francés tan apuesto como pobre, cuya situación sólo prometía penurias.

Vivían agobiados por las dificultades económicas, de modo que se sintió muy reconocido con el Virrey del Pino, cuando en 1803, lo nombró gobernador interino de Misiones, aún cuando para llegar a destino, Santiago y María Martina tuvieron que vender muchas pertenencias y pedir dinero prestado.

La mala suerte, decididamente, lo perseguía, a pesar de llevar la gobernación con excelencia; por las honestas criticas que realizó en un informe, fue destituido. Afectaban, claro está, intereses, que no debían ser mencionados.

Emprendieron el regreso, buscando la forma más segura y económica, porque en los dos años que habían vivido en Candelaria, no le habían pagado los sueldos.

Bajaron por el río Paraná. Hicieron escala en el Paraná de las Palmas, para que María Martina diera a luz a una niña con la que se apagó la vida.

Sin su compañera, junto a su prole, continuó viaje, para ver morir, un poco más adelante a su hija Francisca Paula. Reunió a los hijos que le quedaban, Luis de 21, María del Carmen de 13, María Enriqueta de 9, José Atanasio de 7, Santiago de 6, Mariano de 3, María de los Dolores recién nacida y se instaló en Buenos Aires.

En 1806 cuando desfilaba como héroe de la Reconquista de Buenos Aires, una bellísima mujer le arrojó desde su balcón un pañuelo perfumado. Liniers lo recogió al vuelo con la punta de su espada, la saludó caballerosamente y se inició, así, un volcánico romance.


La llegada de Anita Perichon y su familia a principios de siglo había sacudido a la sociedad porteña. Era una mujer deslumbrante, con abolengo, mundana, que hizo estragas en la población masculina de Buenos Aires.

Para algunos historiadores llegó soltera, para otros, casada con Edmundo O´Gorman, sobrino del famoso protomédico porteño. De una forma u otra, se trató de un matrimonio desdichado por la incompatibilidad de caracteres; a esto se sumaba su desprestigio por haber abandonado el ejército inglés; y por sus actividades de contrabandista. De un viaje que había hecho en 1805, Edmundo regresó acompañado por el espía inglés Burke, quien rápidamente percibió que la belleza de Anita podía ser clave para obtener informaciones de alcoba, para servicio de la corona inglesa.

El marido, expulsados los ingleses de Buenos Aires, debió refugiarse en Brasil. Entonces, Liniers, pasó a vivir abiertamente en la casa de la francesa.

Fue su punto débil, todo se lo consentía. Detalle conocido por los servicios de espionaje y por la población en general, que despectivamente la llamaba: “Perichona”. Alarmados de ese escándalo que operaba sobre la voluntad de Liniers, obteniendo logros tales como la capitulación a favor de Beresford, la libertad de Guillermo White, etc.


La realidad era que Burke manejaba los hilos detrás de las marionetas.

La situación internacional era sumamente compleja. En Río de Janeiro, la infanta Carlota estaba protegida en sus aspiraciones por la escuadra inglesa. La regente suponía a Liniers, contrario a su gobierno, por influencia de su compañera.

Burke que era emisario de los marinos ingleses, le prometió sacar a la Perichon del medio. Complacía a Carlota, y satisfacía una necesidad imperiosa para él y para Inglaterra: las exigencias de Anita, se habían tornado insoportables para la corona.

Las desgracias de esta espía del Río de la Plata, comenzaron a raíz de un episodio ocurrido en su casa de la calle Reconquista. El alboroto se desencadenó, cuando se insultó al rey Fernando y se ensalzó a Napoleón que lo tenía prisionero.

A pesar de la pasión que sentía por ella, las presiones ejercidas sobre Liniers lo obligaron a desterrarla. Allí no acabaron los dolores para el virrey, ya que Burke se encargó de escribirle la verdad sobre las tareas de espionaje de su amiga y, que probablemente desde hacía tiempo, venía trabajando por la causa de la independencia.

La “Perichona” recaló en Río de Janeiro; donde continuó enamorando galanes. Lord Stragford ocupó el lugar de Liniers.

A Carlota, la presencia de la casquivana francesa le molestaba tanto que la echó de sus dominios, a un extraño destino. Un año estaría navegando, ida y vuelta entre la ciudad carioca y el Río de la Plata. En ninguno de esos lugares se la aceptaba, hasta que producidos los hechos del 25 de mayo de 1810, la Junta de Gobierno la recibe, siempre y cuando ella se aloje en su chacra de las afueras.

Anita Perichón envejeció. Su casa se mantuvo en permanente tertulia, a su paso, aún, resonaban las coplas que la recordaban como amante del virrey.

La francesa vivió lo suficiente como para ver a su nieta preferida: Camila O´Gorman fusilada por su censurado amor con un cura.

Santiago, no pudo apagar el amor que ella le despertó en esa singular etapa de su vida, cuando era cincuentón y se lo aclamaba como un héroe.

Aunque en su correspondencia la mencionara como la “desgraciada”, es probable que antes de las detonaciones en “Cabeza de Tigre”, se le cruzara ese rostro tan amado y confuso
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© Peña de Historia del Sur. Ana di Cesare, Gerónimo Rombolá, Beatriz Clavenna


Versión para Internet del artículo publicado en diciembre de 1993

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